Llevaba en aquel colegio tres años, mejor dicho, tres cursos. Los maestros, o al menos, yo, siempre medimos el tiempo por cursos. Llegué desde Pollença a ese pueblo valenciano debido al azar, tras participar en el Concurso de traslados para maestros, a nivel nacional. Quería volver de las Baleares porque ya tenía ganas de casarme y tras dos años, en ese bonito pueblo mallorquín, poder conseguir el traslado, pasaba por pedir una lista bien larga de localidades por todo lo largo y ancho de la Comunidad Valenciana.
El primer curso lo pasé en el edificio central dando clase a 5º, pero al siguiente, me fui al lado, a unas aulas prefabricadas en las que estábamos sólo seis maestros y nuestros alumnos. El ambiente, si cabe, era mucho mejor. Éramos tres hombres y tres mujeres, nos llevábamos muy bien y trabajábamos muy a gusto con niños y niñas de edades comprendidas entre los ocho y los once años.
Empecé con ese grupo, en 3º de primaria y ese año, ya estaban en 4º. Era una clase con mayoría aplastante de niñas y los únicos seis chicos no daban ningún problema y se adaptaban a convivir con unas chicas de fuerte personalidad, muy espabiladas y alguna, muy grande y mandona a más no poder. Entre esos seis chicos, estaba, Dani. Dani era un niño totalmente diferente a los demás y se pasaba el tiempo jugando con las niñas. Divertido, creativo, simpático y muy movido, tanto, que las niñas lo protegían y se llevaban con él a las mil maravillas. Los otros chicos, jugaban al fútbol y, aunque en minoría, sólo se integraban en el macro grupo de chicas y Dani, si se les pedía.
La única que tenía dificultades para aceptar a Dani, era su madre. Era su hijo pequeño y lo había tenido bastante mayor. El curso anterior, cuando tomaron la Comunión, la mamá de Dani, se pasó por el colegio cargada con un balón de fútbol. Me dijo que no entendía por qué su hijo nunca jugaba al fútbol, ni a ningún juego, ni con juguetes “de chicos”. No soportaba que sólo estuviera con las chicas y jugara con ellas todo el tiempo, pero no se atrevía a entrar en otros detalles porque le debían parecer vergonzosos; los grititos, a veces exagerados, su forma de hablar, sus gestos muy amanerados y su gusto por disfrazarse de lo que fuera y con cualquier cosa, consiguiendo resultados excelentes y divertidos. Era difícil explicarle que tenía que aceptarlo como era y no obligarlo a hacer lo que no quería, aquello por lo que no tenía interés alguno. Le dije que Dani estaba muy integrado en la clase, que era muy querido y valorado y que para mí, era un crío, genial al que sólo le faltaba estudiar un poco más. ¿Por qué no intentaba dejarle ser él, demostrándole cuánto lo quería? ¿Qué más daba si jugaba al balón o a otra cosa? Sabía que mis palabras caían en saco roto y que no servían para nada. Dani era feliz, al menos, lo fue en aquellos años en los que yo fui su maestra.
Llegó la primavera, el tiempo había mejorado mucho y por las tardes, siempre dejábamos salir a los niños un rato al patio. Al estar solos en aquel edificio, el juego facilitaba que estuvieran mucho más tranquilos el resto de la tarde.
Una tarde, una de las niñas vino a decirnos que iban a representar una obra de teatro que habían preparado. Subimos a una clase al piso de arriba; en esa clase, teníamos un horno maravilloso para cocer cerámica y el aula se utilizaba sólo para manualidades y otro tipo de actividades. El edificio constaba de ocho aulas y sólo ocupábamos seis, por lo que era un lujo tener esos espacios a nuestra libre disposición. Lo que nos encontramos al subir y lo que vivimos, no lo hubiéramos imaginado nunca.
Habían colocado cuatro mesas juntas. Un grupo de niñas estaba junto a Dani. El resto, mientras iban llegando a la clase, los rodeaban, quedándose en silencio. Nunca supimos cuándo habían preparado todo aquello. Las niñas, cogieron a Dani y lo subieron encima de las mesas, acostándolo a lo largo. Llevaban una especie de mascarilla de papel atada con una goma. Una de ellas dijo:
- Silencio, por favor. Estamos en un hospital porque vamos a operar a Dani.
Otra, tapó a Dani con una sábana y la que faltaba, que debía ser la médico, nos explicó en qué iba a consistir la operación.
- Vamos a operar a Dani porque tiene un “palito” y él no quiere tener “palito”. En ese momento, me parece, que los únicos que estábamos alucinados, éramos los maestros. El resto de niños, que no eran sólo los de mi clase, sino los de todo el edificio, no dijeron absolutamente nada. El silencio era absoluto.
- Dani no quiere tener “palito” y nosotras, se lo vamos a extirpar- siguió explicando la diligente doctora.
Una de aquellas enfermeras, sacó una especie de tijeras que también se habían confeccionado con cartón y se las dio a la cirujana. Las dos enfermeras, levantaron la sábana con cuidado. Dani estaba con los ojos cerrados sin moverse. La cirujana, introdujo sus manos, bajo la sábana y en pocos segundos, alzó una mano mostrando un palito de madera delgado y pequeño. En la otra mano, sujetaba las tijeras y siguió hablando.
- Dani, ya no tiene “palito” y a partir de ahora, va a ser muy feliz.
De golpe, todas las niñas, las amigas de Dani, empezaron a aplaudir e incluso algunas, daban saltos de alegría. Tanta algarabía hizo, que los demás, se unieran al alborozo. Las amigas de Dani lo levantaron de la mesa y él de un salto, se puso a saludar como si de un actor de teatro se tratara, haciendo reverencias. Los maestros nos mirábamos unos a otros sin atrevernos a decir nada y por supuesto, aplaudíamos al mismo tiempo que los niños, aunque nadie se fijaba en nosotros.
A partir de ese día, nada cambió a nuestros ojos y no fue necesario actuar ya que, como siempre había ocurrido, Dani, seguía siendo Dani, y así lo querían y lo aceptaban.
Al cabo de los años, unos trece años después, volví al colegio porque me habían invitado a un aniversario. Pregunté por Dani y lo que me contaron, me dio un poco de pena. La información que me dieron fue suficiente para saber que Dani, no se sintió libre para tomar la decisión de seguir siendo ÉL MISMO.
Esta historia es real y ocurrió hace veintiséis años en un aula de un cole de un pueblo valenciano. A su protagonista, por preservar su intimidad, le he cambiado el nombre. Se la dedico a todos los Danis que no quieren tener “palito” y que, no tienen amigos tan maravillosos como los que tenía mi Dani.
Con esta historia real y una receta participo en el Concurso de mi amiga Maggie, El cajóndesastre de Maggie, en el que celebra su 5º cumpleblog. El lema, Una receta, una historia. Me falta contaros el porqué relaciono esta historia con la receta que os presento a continuación.
La madre de Dani, una de las Navidades en las que lo tuve como alumno, me regaló un dulce navideño casero y me comentó que era una receta que le había pasado su prima que vivía en un pueblo cerca de Sagunt. La anoté, escribiendo, "receta sin nombre de la mamá de Dani, tradicional de la zona de Sagunto". Al pensar en escribir la historia de Dani, la he recuperado de mi libreta de antiguas recetas familiares y de amigos. Y como no tenía nombre, he elegido yo el que me ha parecido más adecuado; aunque no es exactamente una receta de mazapán, el sabor de la base de esta torta, es muy parecido; de hecho, en las ordenanzas de los confiteros manchegos de 1613 ya se indicaba que los ingredientes del mazapán eran almendra de Valencia y azúcar blanco. En esta receta típica de la Comarca del Camp de Morvedre, la almendra se mezcla con yemas de huevo y azúcar y la superficie, con claras, azúcar y calabazate.
Estoy segura de que esta Torta de almendra con escarcha de calabazate, os va a encantar. Está deliciosa. Si os animáis a prepararla en estas fechas navideñas, os van a felicitar. El único ingrediente que puede ser que no conozcáis, a no ser que seáis valencianos o que me sigáis, es el calabazate. Os añado más información en notas.
Espero, querida Maggie que te guste, tanto la historia, como la receta que la acompaña. Un placer participar y felicidades por esos 5 años.
Ingredientes para una torta mediana
Ella indicaba que, para todos los ingredientes, exceptuando los huevos, pesaba siempre 500 g, pero yo he dividido por la mitad y he reducido la cantidad de azúcar y de calabazate para que no esté tan dulce.
- 250 g de harina de almendra (almendra blanca molida fina)
- 250 g de azúcar glas (yo reduje a 200 g, o a vuestro gusto)
- 250 g de calabazate (le puse 200 g)
- 2 o 3 huevos dependiendo del tamaño
- una pizca de sal
*papel de hornear
Previamente:
- Forrar una bandeja de horno no muy alta con papel de hornear.
- Precalentar el horno a 180º, calor arriba-abajo.
Preparación en TMX
- Separar las claras de las yemas y reservar.
- Rallar el calabazate con un rallador a mano. Para que se pueda rallar mejor, es necesario tenerlo en la nevera como mínimo 2 horas, así estará duro y será más fácil. Reservar.
- Si no hemos comprado la almendra molida, la trituraremos poniéndola en el vaso y pulsando el botón turbo de 2 a 3 veces. Sacar y reservar.
- Dividir la cantidad de azúcar por la mitad. Pulverizar cada mitad durante 30 segundos a velocidad progresiva 5-10. Reservar.
- Poner la mitad de azúcar en el vaso y agregar la harina de almendra. Ir incorporando por el bocal las yemas una a una y programando velocidad 3 y sin tiempo con el fin de ir controlando que la masa no quede demasiado blanda. Cuando veamos que los ingredientes están integrados o las cuchillas ya no pueden trabajar, pararemos la máquina y programaremos, 1 minuto, vaso cerrado, velocidad espiga. Si a la máquina le cuesta amasar, nos podemos ayudar introduciendo la espátula por el bocal. Por eso os indico, que dependerá del tamaño de los huevos. La masa debe quedar blanda y todos los ingredientes bien integrados.
- Ir extendiendo la masa sobre el papel de horno. Se tiene que hacer con los dedos, aplanándola bien para que quede uniforme por todos los lados.
- Lavar y secar muy bien el vaso.
- Poner la mariposa en las cuchillas. Verter las claras con una pizca de sal. Programar, 4 minutos, velocidad 3 y ½. Cuando notemos que ya no salpica, quitar el cubilete e ir incorporando poco a poco la otra mitad de azúcar glas.
- Sacar las claras montadas del vaso y vértelas en un bol grande. Incorporar el calabazate rallado a la mezcla poco a poco con movimientos envolventes.
- Superponer esta mezcla de claras y calabazate sobre la otra masa.
- Hornear en el horno precalentado hasta que comprobemos que la masa de yema ha cuajado y la de merengue se ha dorado.
- Sacar del horno y dejar enfriar.
Preparación tradicional
- Separar las claras de las yemas y reservar.
- Rallar el calabazate y reservar. Para que se pueda rallar mejor, es necesario tenerlo en la nevera como mínimo 2 horas, así estará duro y será más fácil.
- Si no hemos comprado la almendra molida, la trituraremos con un robot de cocina o un molinillo.
- Dividir la cantidad de azúcar por la mitad. Pulverizar en un molinillo o en un robot. Reservar.
- Batir bien las yemas. Mezclar la harina de almendra con la mitad del azúcar pulverizado. Agregar poco a poco las yemas batidas con el fin de ir controlando que la masa no quede demasiado blanda. Por eso os indico, que dependerá del tamaño de los huevos. La masa debe quedar blanda y todos los ingredientes bien integrados.
- Ir extendiendo la masa sobre el papel de horno. Se tiene que hacer con los dedos, aplanándola bien para que quede uniforme por todos los lados.
- Montar las claras a punto de nieve firme con un poco de sal.
- Mezclar las claras con mucho cuidado con el calabazate rallado.
- Superponer esta mezcla de claras y calabazate sobre la otra masa.
- Hornear en el horno precalentado hasta que comprobemos que la masa de yema ha cuajado y la de merengue se ha dorado.
- Sacar del horno y dejar enfriar.
Notas:
- El calabazate (carabassat en valenciano) se utiliza mucho en la repostería valenciana. Es una fruta confitada, glaseada, que se prepara con una variedad de calabaza denominada la Cidra (Cucurbita ficifolia), también llamada calabaza confitera, de pulpa jugosa y filamentosa con la que también se prepara el cabello de ángel. No lo confundáis con el “arrope y calabazate” que es típico de Murcia. El calabazate que utilizamos en nuestras recetas, no es fácil encontrarlo, ni comprarlo si no vivís aquí. Nosotros lo encontramos fácilmente en tiendas y paradas de mercado en las que se venden frutos secos.
En internet, he encontrado enlaces de tiendas virtuales en las que lo tienen. Pinchad aquí, aquí y aquí. Se vende blanco, que es el que utilizamos nosotros o de colores, que los reconoceréis fácilmente porque se utiliza en los roscones de Reyes. Lo solemos rallar o cortar en trocitos y forma parte de muchas recetas tradicionales, en especial navideñas. En esta receta, si no lo encontráis, lo podéis sustituir por cabello de ángel en conserva, pero no es lo mismo.
Bon profit!
Me levanto con la sorpresa y ahora mismo no puedo ni comentar, tengo un nudo en la garganta y se me caen los lagrimones...que bien escribes "joia" (con cariño andaluz)...luego sigo...
ResponderEliminarHola Marisa !
ResponderEliminarAhora mismo, no sabría con qué quedarme si con la receta o con la historia. Las dos son maravillosas.
Esta sociedad que nos marca pautas es cruel y dolorosa , pero más aún, cuando en el propio entorno no se acepta , poniendo barreras a las que les resulta difícil derribar. Ya es hora de cambiar el chip.
Besinos preciosa y Feliz Navidad !
La historia es maravillosa , cuantos casos iguales hay. El otro dia sin ir más lejos una amiga me comentaba cuanto le habia costado aceptar que su hijo es diferente. Yo si conozco el calabazote es muy típico de aquí. Bs
ResponderEliminarLa tarta debe ser una maravilla, pero lo que realmente me ha emocionado ha sido tu historia, más aún porque todavía hoy día, es la realidad de muchos Danis que no pueden o no dejan ser ellos/as mismos/as. Que suerte tuvo en esos momentos con contar con amigos tan especiales, eso también es difícil hoy día... Besos guapa, me ha encantado la entrada de hoy!!
ResponderEliminarHola guapísima !!!
ResponderEliminarLa receta es una maravilla, pero la entrada, la historia de Dani y la forma de contarla, eclipsa.
Nunca dejaré de asombrarme que una madre rechace a un hijo, me parece antinatural esa actitud, aunque pensando que hace tantos años, el qué dirán superó a la madre de Dani.
Ojalá todos los Danis del mundo tuvieran tanta comprensión en el cole, en su entorno y en su vida. Desgraciadamente no es así.
Hoy creo que nos has dejado a todas sin palabras mi querida Marisa.
Besotes gordos mi niña.
Marisa que historia tan triste y tan bien narrada, es difícil redactar con pocas palabras unos hechos que seguobdarian para muchas páginas, es duro pero la vida es así tristemente.
ResponderEliminarLo que tú llamas calabazate, lo llamamos aquí Calabaza confitada, y se comercializa en todos lados, sobretodo en Navidad, por cierto a mí madre le encanta y se la come cortada a lonchitas finas, a mí me gusta, sobretodo en el roscos de reyes, aunque en este suele estar coloreada.
Besos y que pases felices fiestas.
Bueno...vuelvo de nuevo...lo primero, darte un inmenso gracias por querer participar y por compartir una historia preciosa que, sinceramente, estaba deseando que tuviera un final feliz...y encima le has llamado Dani y me has tocado de lleno...en fin, que me ha movido mucho y que esta mañana me habria encantado apachucharte :-) lo segundo es que la receta es un lujo aunque sera dificil reproducirla fielmente si no encontramos el ingrediente estrella que, por cierto, tu que participas en el reto de cocina italiana veras que los italianos utilizan muchisimo jejejeje. Un besito guapa y muchas gracias de nuevo, ya sabes que te adoro!
ResponderEliminarMarisa he venido corriendo para ver tu receta y creo que esta vez me quedo por la historia. Ya sabes que yo soy mucho de historias y la de este chiquillo me ha encantado.
ResponderEliminarEs una lástima que a veces los padres cortemos las alas a nuestros hijos por miedo a lo que la sociedad pueda decir en lugar de pensar que tenemos que hacerlos libres y felices. Tenemos demasiado prejuicios que los niños no tienen, muestra de ello es ese teatro que representaron y que ellos veían de lo más normal del mundo.
La receta me ha gustado mucho, creo que es una aportación magnífica a ese reto
¡Besos mil y si no nos leemos antes muy felices fiestas!
Marisa la torta una delicia seguro!! tiene una pintaza, menuda historia nos cuentas hoy, me he quedado impresionada, yo soy de las que piensa que los hijos si se puede hay que tenerlos a una edad medía a temprana, luego al ser tan mayor no entiendes a tus hijos ni ciertas cosas. Que pena, pobre chiquillo y desgraciadamente supongo que a día de hoy seguirán habiendo casos así y peores y también hay que decirlo, no todo e malo en la vida, también ocurren buenas. Eso no es para nada malo, solo que su madre no entendía a su hijo a mi modo de ver. Felices fiestas guapa.
ResponderEliminarla receta es una pasada ¡¡¡ las sugerencias una maravilla ,me encanta ¡¡¡¡ un besote y felices fiestas
ResponderEliminarCasi me pierdo tu maravillosa historia Marisa. Qué suerte tenéis los maestros que podéis atesorar tantas historias bonitas, con niños adorables. Sigue contándonos historias querida y si de paso nos enseñas esos dulces de tu tierra, estupendo también.
ResponderEliminarUn besito
Me gusta tu historia Marisa!!!! y me encanta la receta...que buena!! la hago estas vacaciones seguro. Ya te dire como me sale. Gracias. Muchos besitos,
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